Historiografía y leyenda


La imagen revolucionaria ampliamente difundida del mito de una prisión, donde se pudrían las víctimas de la monarquía, no es del todo cierta, al menos en el momento de su toma. De hecho, la fortaleza había perdido en parte su función de prisión de Estado. Aportar una prueba de que se estaba presente en el momento de la toma de la Bastilla supuso un gran prestigio en la carrera de los que se autodenominaron patriotas. El 19 de junio de 1790, a propuesta del diputado Armand Camus, la Asamblea Nacional votó por aclamación un decreto en el que decide dar un homenaje a los "vencedores de la Bastilla" otorgándoles una pensión, un uniforme, armamento y un certificado como prueba de civismo ciudadano y agradecimiento de la patria. Una comisión censó oficialmente en ese momento a 954 combatientes. En 1832, se revisó la lista, rechazándose algunos expedientes por considerarse "dudosos" y fijando la cifra final en 630.

La importancia de la toma de la Bastilla ha sido exagerada por los historiadores románticos, como Jules Michelet, que quisieron hacerla un símbolo fundador de la República. Sin duda, el sitio y la capitulación de la prisión no debió ser un hecho muy heroico en vista de que sólo era defendido por un puñado de hombres, y los únicos muertos a los que la Historia ha retenido en su memoria son el alcaide Bernard de Launay y el político Jacques de Flesselles.

Sin embargo, ya desde el año siguiente, el acontecimiento fue celebrado en Francia y conocido en Europa entera, no tanto por la importancia del suceso, sino por su valor simbólico, que aún perdura como hito en la historia de las revoluciones.

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