Ubicación e historia (la Romania)


Estas lenguas se hablaban y se siguen hablando en un territorio que recibe el nombre de Romania, y que cubre en su mayor parte el sur europeo del antiguo imperio romano. Los términos “romano/a” y “Rumania” proceden efectivamente del adjetivo latino romanus: se consideraba que sus hablantes empleaban una lengua tomada de la de los romanos, por oposición a otras lenguas presentes en los territorios del antiguo Imperio, como el fráncico en Francia, lengua de los francos perteneciente a la familia de las lenguas germánicas.

El primer escrito en que se encuentra el término “romano”, de una manera u otra, se remonta al sínodo de Tours, en el año 813. Es a partir de ese sínodo en que se considera que la primera lengua vulgar se separa del latín, y se designa en efecto como una lengua aparte. Se trata de una forma de proto-francés, que recibe el nombre de romana lingua o román. No obstante, en los Cartularios de Valpuesta, hay un texto anterior que data del año 804, y está escrito en español muy antiguo.

Francia metropolitana


El término Francia metropolitana (France métropolitaine) se refiere al territorio continental de Francia en Europa más la isla de Córcega. Excluye los departamentos de ultramar y los territorios de ultramar, que, a pesar de ser partes integrales de la República Francesa, son referidos como Francia de Ultramar (France d'outre-mer). En los departamentos y territorios de ultramar, una persona de la Francia Metropolitana es referida como métro.

Al 1 de enero de 2009, existían 62.448.977 personas viviendo en Francia Metropolitana, mientras que 2.624.505 vivían en la Francia de Ultramar, sumando un total de 65.073.482 en la República Francesa.

El término Francia Continental se usa cuando se excluye la isla de Córcega de la Francia Metropolitana.

Apariencia, carácter y nombre


La apariencia física de Atila debía ser, muy probablemente, la de alguien del Extremo Oriente o del tipo mongol, o quizá una mezcla de este tipo y del de los pueblos túrquicos de Asia Central. Seguramente mostraba rasgos del Oriente asiático, que los europeos no estaban acostumbrados a ver, y por eso lo describieron con frecuencia en términos poco elogiosos.

Atila es conocido en la historia y la tradición occidentales como el inflexible “Azote de Dios”, y su nombre ha pasado a ser sinónimo de crueldad y barbarie. Algo de esto ha podido surgir de la fusión de sus rasgos, en la imaginación popular, con los de los posteriores señores esteparios de la guerra, como Gengis Kan y Tamerlán: todos ellos comparten la misma fama de crueles, inteligentes, sanguinarios y amantes de la batalla y el pillaje. La realidad sobre sus caracteres respectivos puede ser más compleja. Los hunos del tiempo de Atila se habían relacionado durante algún tiempo con la civilización romana, particularmente a través de los aliados germanos (foederati) de la frontera, de modo que cuando Teodosio envió su embajada del 448, Prisco pudo identificar como lenguas comunes en la horda el huno, el gótico y el latín. Cuenta también Prisco su encuentro con un romano occidental cautivo, que había asimilado tan completamente la forma de vida de los hunos que no tenía ningún deseo de volver a su país de origen. Y la descripción del historiador bizantino de la humildad y sencillez de Atila no ofrece dudas sobre la admiración que le causa. Asimismo, de los relatos del mismo Prisco se desprende con claridad que Atila no sólo hablaba perfectamente el latín, sino que sabía escribirlo; además hablaba griego y otros idiomas, por lo que muy probablemente se trató de un hombre de gran cultura para los cánones de la época.

Invasión de Italia y muerte de Atila


Atila apareció de nuevo en el 452 para exigir su matrimonio con Honoria, invadiendo y saqueando Italia a su paso. Su ejército sometió a pillaje numerosas ciudades y arrasó Aquilea hasta sus cimientos. Valentiniano huyó de Rávena a Roma. Aecio permaneció en campaña, pero sin potencia militar suficiente para presentar batalla

Finalmente, Atila se detuvo en el Po, a donde acudió una embajada formada, entre otros, por el prefecto Trigecio, el cónsul Avieno y el papa León I. Tras el encuentro inició la retirada sin reclamar ya ni su matrimonio con Honoria ni los territorios que deseaba.

Se han ofrecido muchas explicaciones para este hecho. Puede que las epidemias y hambrunas que coincidieron con su invasión debilitaran su ejército, o que las tropas que Marciano envió allende el Danubio le forzaran a regresar, o quizá ambas cosas. Prisco cuenta que un temor supersticioso al destino de Alarico, que murió poco después del saqueo de Roma en el 410, hizo detenerse a los hunos. Próspero de Aquitania afirma que el papa León, ayudado por San Pedro y San Pablo, le convenció para que se retirara de la ciudad. Seguramente la indudable personalidad de San León Magno tuvo más que ver con la retirada de Atila que la entrega a éste de una gran cantidad de oro, como suponen algunos autores, dado que tenía ya al alcance de su mano la plena posesión de la fuente de la que ese oro manaba.

Atila en Occidente


Ya en el 450 había proclamado Atila su intención de atacar al poderoso reino visigodo de Toulouse en alianza con el emperador Valentiniano III. Atila había estado anteriormente en buenas relaciones con el imperio occidental y con su gobernante de facto, Flavio Aecio. Aecio había pasado un breve exilio entre los hunos en el 433, y las tropas que Atila le había proporcionado contra los godos y los burgundios habían contribuido a conseguirle el título –más que nada honorífico– de “magister militum” en Occidente. Los regalos y los esfuerzos diplomáticos de Genserico, que se oponía y temía a los visigodos, pudieron influir también en los planes de Atila.

En cualquier caso, en la primavera del 450, la hermana de Valentiniano, Honoria, a la que contra su voluntad habían prometido con un senador, envió al rey huno una demanda de ayuda juntamente con su anillo. Aunque es probable que Honoria no tuviera intención de proponerle matrimonio, Atila escogió interpretar así su mensaje. Aceptó, pidiéndole como dote la mitad del imperio occidental. Cuando Valentiniano descubrió lo sucedido, sólo la influencia de su madre, Gala Placidia, consiguió que enviara a Honoria al exilio en vez de matarla. Escribió a Atila negando categóricamente la legitimidad de la supuesta oferta de matrimonio. Atila, sin dejarse convencer, envió una embajada a Rávena para proclamar la inocencia de Honoria y la legitimidad de su propuesta de esponsales, así como que él mismo se encargaría de venir a reclamar lo que era suyo por derecho.

Mientras tanto, Teodosio murió a consecuencia de una caída de caballo y su sucesor, Marciano, interrumpió el pago del tributo a finales del 450. Las sucesivas invasiones de los hunos y de otras tribus habían dejado los Balcanes con poco que saquear. El rey de los salios había muerto y la lucha sucesoria entre sus dos hijos condujo a un enfrentamiento entre Atila y Aecio. Atila apoyaba al hijo mayor, mientras que Aecio lo hacía al pequeño. Bury piensa que la intención de Atila al marchar hacia el oeste era la de extender su reino –ya para entonces el más poderoso del continente– hasta la Galia y las costas del Atlántico. Para cuando reunió a todos sus vasallos (gépidos, ostrogodos, rugianos, escirianos, hérulos, turingios, alanos, burgundios, etc.) e inició su marcha hacia el oeste, había ya enviado ofertas de alianza tanto a los visigodos como a los romanos.

En el 451 su llegada a Bélgica con un ejército que Jordanes cifra en 500.000 hombres puso pronto en claro cuáles eran sus verdaderas intenciones. El 7 de abril tomó Metz, obligando a Aecio a ponerse en movimiento para hacerle frente con tropas reclutadas entre los francos, burgundios y celtas. Una embajada de Avito y el constante avance de Atila hacia el oeste convencieron al rey visigodo, Teodorico I, de aliarse con los romanos. El ejército combinado de ambos llegó a Orleans por delante de Atila, cortando así su avance. Aecio persiguió a los hunos y les dio caza cerca de Châlons-en-Champagne, trabando la batalla de los Campos Cataláunicos, que terminó con la victoria de la alianza godo-romana, aunque Teodorico perdió la vida en el combate. Atila se replegó más allá de sus fronteras y sus aliados se desbandaron.

Rey único


Tras la partida de los hunos, Constantinopla sufrió graves desastres, tanto naturales como causados por el hombre: sangrientos disturbios entre aficionados a las carreras de carros del Hipódromo; epidemias en el 445 y 446, la segunda a continuación de una hambruna; y toda una serie de terremotos que duró cuatro meses, derruyó buena parte de las murallas y mató a miles de personas, ocasionando una nueva epidemia. Este último golpe tuvo lugar en el 447, justo cuando Atila, habiendo consolidado su poder, partió de nuevo hacia el sur, entrando en el imperio a través de Moesia. El ejército romano, bajo el mando del magister militum godo Arnegisclo, le hizo frente en el río Vid y fue vencido aunque no sin antes ocasionar graves pérdidas al enemigo. Los hunos quedaron sin oposición y se dedicaron al pillaje a lo largo de los Balcanes, llegando incluso hasta las Termópilas. Constantinopla misma se salvó gracias a la intervención del prefecto Flavio Constantino, quien organizó brigadas ciudadanas para reconstruir las murallas dañadas por los sismos (y, en algunos lugares, para construir una nueva línea de fortificación delante de la antigua).

El trono compartido


Hacia el 432, los hunos se unificaron bajo el rey Rua o Rugila. En el 434 murió Rua, dejando a sus sobrinos Atila y Bleda, hijos de su hermano Mundzuk, al mando de todas las tribus hunas. En aquel momento los hunos se encontraban en plena negociación con los embajadores de Teodosio II acerca de la entrega de varias tribus renegadas que se habían refugiado en el seno del imperio de Oriente. Al año siguiente, Atila y Bleda tuvieron un encuentro con la legación imperial en Margus (actualmente Pozarevac) y, sentados todos en la grupa de los caballos a la manera huna, negociaron un tratado. Los romanos acordaron no sólo devolver las tribus fugitivas (que habían sido un auxilio más que bienvenido contra los vándalos), sino también duplicar el tributo anteriormente pagado por el imperio, de 350 libras romanas de oro (casi 115 kg), abrir los mercados a los comerciantes hunos y pagar un rescate de ocho sólidos por cada romano prisionero de los hunos. Éstos, satisfechos con el tratado, levantaron sus campamentos y partieron hacia el interior del continente, tal vez con el propósito de consolidar y fortalecer su imperio. Teodosio utilizó esta oportunidad para reforzar los muros de Constantinopla, construyendo las primeras murallas marítimas de la ciudad, y para levantar líneas defensivas en la frontera a lo largo del Danubio.

El sitio de Alesia


La lucha de las legiones republicanas romanas lideradas por Cayo Julio César contra el pueblo galo fue dura, y en ella César sufrió varios reveses. Entre las victorias de César se cuentan la toma de la ciudad de Avarico (Bourges) seguida del exterminio de 40 000 de sus habitantes (las mujeres jóvenes y los niños fueron enviados como esclavos a Roma). Así el romano, al cabo de doce meses, cercó a Vercingétorix en el oppidum (fortaleza urbana en relieve elevado) de Alesia (Alisia, en lengua gala).

Los galos reunieron _según el pro-Cónsul_ un ejército de más de 200 000 hombres, que atacaron a los sitiadores (entre los que se contaban germanos aliados de Roma contra los galos. Estos germanos eran jinetes ubios, de la Alemania central, montados con caballos de la tribu aliada de los remos, del este de la Galia Comata o Melenuda) estrellándose contra el tremendo sistema de fortificaciones romanas, que en este suceso particular tenía la forma de doble anillo que rodeaba a la ciudad, con un muro interior para contener a la guarnición arverna y un perímetro defensivo exterior para protegerse de los ataques externos.

El ejército galo fue derrotado y Alesia debió rendirse por hambruna. Como sus compañeros se negaron a matarle, Vercingétorix vistió su más rica armadura, montó su caballo de batalla, fue hasta el campamento de César, y arrojó a los pies del romano su espada, su casco y su venablo, en señal de rendición. Fue encarcelado en el Tullianum en Roma durante cinco años, antes de ser exhibido públicamente, durante el "Triunfo" de Cesar. Fue ejecutado al final de la ceremonia, probablemente estrangulado, como era costumbre.

Antecedentes


Durante el reinado de Luis XVI, Francia tuvo que confrontar una grave crisis financiera originada por los altos gastos de la intervención en la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos y exacerbada por un desigual sistema tributario. El 5 de mayo de 1789, los Estados Generales convinieron en tratar este tema, pero dicha discusión fue retrasada a causa del arcaico protocolo de la cámara y el conservadurismo del Segundo Estado. El 17 de junio de 1789, los representantes del Tercer Estado se desgajaron de aquellos Estados Generales y se constituyeron como Asamblea Nacional, una institución cuyo propósito era crear una constitución para el país. El rey inicialmente se opuso a esta idea, pero fue forzado a reconocer la autoridad de la Asamblea, que el 9 de julio se autonombró Asamblea Nacional Constituyente.

Tras esto, se produjo la toma de la Bastilla el 14 de julio de 1789, y la Revolución Francesa comenzó a expandirse. La rendición de este bastión real podría considerarse como el tercer detonante de la Revolución. El primero habría sido la revuelta de la nobleza, negándose a financiar los planes de Luis XVI mediante el pago de impuestos. El segundo detonante fue la formación de la Asamblea Nacional y el Juramento del Juego de Pelota. Con la rebelión del pueblo de París, surge el tercer motivo revolucionario, cuyos hitos fueron la toma de la Bastilla y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.

Las clases medias parisinas habían formado la llamada Guardia Nacional, cuya insignia era roja, blanca y azul. Estos tres colores se convirtieron en el emblema de la Revolución. El Gran Miedo se extendió por las zonas rurales basado en el rumor del complot aristocrático que pretendía acabar con la Revolución mediante la especulación con los cereales y los ataques a las cosechas de trigo.

París, cada vez más cercano a la insurreción, y en palabras de François Mignet "intoxicado con la libertad y el entusiasmo", mostró un amplio apoyo a la Asamblea. La prensa publicaba diariamente los debates de la Asamblea y las discusiones políticas sobrepasaron el ámbito parlamentario para salir a las calles y plazas de la ciudad. El Palais Royal y sus inmediaciones se convirtieron en lugar de reunión. La muchedumbre, enfervorecida por el asalto al Palacio Real, tomó la prisión de la Abadía para reclutar granaderos para la Guardia Nacional. La Asamblea recomendó al rey el indulto de la guardia de la prisión como responsables de dicha toma. Los mandos y tropas de los regimientos, antes considerados dignos de toda confianza, fueron inclinándose cada vez más por la causa popular.